Los de arriba vs. los de abajo
SABINA BERMAN/ Proceso México
La idea del voto nulo se expandió por contagio entre los ciudadanos comunes, como se expanden los cambios en el lenguaje o como se expanden bajo la tierra los túneles de un hormiguero. Sin un control central, sin un caudillo iluminado, sin un gasto millonario en spots de TV: espontáneamente y sin meta preestablecida, nada más porque es una buena propuesta.
Una buena propuesta: la que más justamente empata con un hartazgo a la oferta de políticos en nuestro país y que, sin embargo, no bota al demonio el sistema electoral, ahí lo deja por si surge una oferta atractiva.
De las reuniones de amigos, la buena idea de anular el voto trepó a internet en un video tomado en Monterrey llamando a votar por el Papanatas. Luego trepó a las columnas de los periódicos; después a los programas de opinión de radio y TV. Simultáneamente, en internet, en esa reunión de millones de usuarios amistosos –friendly users, se dice en inglés–, en ese hormiguero de ideas variopintas, ya convivían nuevos videos firmados por colectivos. Según me parece, fueron apareciendo: Tache a todos, Voto blanco, Dejemosdehacernospendejos.com., y otra decena.
Como para llorar de la risa: Los jeques de la política, encerrados dentro de su viejo pensamiento autoritario, no pudieron reconocer la novedad de un movimiento social sin dueños, algo que parece ser la característica de los movimientos de este siglo que nace, el siglo de internet.
Los jeques políticos reaccionaron en una (para mí) graciosa (para otros indignante) danza de señalarse con el dedo entre sí. El jefe del PAN acusó a los resentidos amloístas de organizar el contagio. AMLO acusó de lo mismo a la derecha, o sea al PAN. La presidenta del PRI acusó también al PAN de provocar con su guerra sucia la enajenación de los votantes. Nada más no les entraba en la cabeza que algo se organizara fuera de su círculo de mandamases.
Por fin los ocho jefes de los partidos grabaron juntos un video para internet contra el voto anulado. Y para dar un acorde furioso (o autista), el jefe del PAN amenazó a los anulistas con la llegada de un dictador que nos vendría a castigar a todos los mexicanos.
O sea, si los de abajo no vamos dócilmente a votar por alguno de los candidatos que nos ofrecen los de arriba, vendrá un ogro a disciplinarnos.
No es que sea ridícula la posibilidad: en la historia de América Latina es bastante común. Los políticos civiles sacan al ejército a las calles para imponer el orden y cualquier día a un general de cinco estrellas se le ocurre que habría más orden, de ese orden simplote impuesto por el terror que provocan las armas, si él “gobernara” directamente –traducción: si él aterrara personalmente.
En fin, el siguiente es el marcador a estas fechas: Si mañana fuese la elección y el voto nulo fuese un partido, sería la tercera o cuarta fuerza política del país. Las encuestas muestran que el 15 % de los votantes anulará su voto, lo que no está nada mal para un movimiento sin dinero, sin publicidad, sin acarreados, nacido haces escasos dos meses.
Mientras tanto, por el lado ciudadano, varios articulistas se han propuesto organizar la ola del voto nulo en exigencias concretas a la clase política. El voto nulo, interpretan, es una petición ciudadana de correcciones al sistema electoral, para volver más dinámica la interacción entre gobernados y gobernantes. Pueden distinguirse algunos puntos en que los articulistas vienen coincidiendo: eliminar los diputados plurinominales; posibilitar las candidaturas de ciudadanos sin partido; y establecer la reelección, la revocación de mandato y el referéndum.
Cierto, estas reformas en efecto “refrescarían” la interacción entre los de arriba y los de abajo, para usar la elegante expresión de José Antonio Crespo; y como lo pidió René Delgado en una columna del periódico Reforma, los legisladores actuales harían bien en proponerlas y aprobarlas todavía en esta legislatura, en un período extraordinario. Sería una respuesta que mostraría que los de arriba son todavía capaces de reaccionar con oportunidad al sentimiento de los de abajo.
De cierto, los senadores anunciaron el lunes 15 que la reforma electoral vigente será revisada, aunque por lo pronto sólo citaron a mesas de discusión, donde se tratará ese y también otros temas.
Así que el jefe del PAN nos amenaza con un autoritarismo peor si no aplaudimos el autoritarismo panista. Los senadores nos prometen que tal vez van a reformar algo algún día que será cuando ellos dispongan. Y el voto nulo sigue creciendo.
Propongo aquí una idea de un grupo de ciudadanos menores de los 30 años. Ellos piensan que el gran suceso de esta elección del 2009 ya ha sucedido y es, precisamente, el movimiento para anular el voto, que está siendo en sí mismo un gran ejercicio de democracia desde abajo y podría saltar a ser una novedad de verdad radical.
Se preguntan: ¿Qué pasaría si el mecanismo que ha logrado la rapidísima propagación del voto nulo se usara para votar las cosas públicas?
Ponen un ejemplo. Digamos la despenalización del aborto que ahora se discute en varios Congresos estatales. Supongamos que luego de la discusión pública en un determinado Congreso, donde se airean los pros y los contras de la despenalización, se pone la ley a juicio del voto popular por internet.
Se dirá que no todos los ciudadanos tienen acceso a internet. Responden: pero fácilmente se podría darles acceso la semana de la votación, a través de los cafés de internet o instalando una computadora con red para cada X miles de ciudadanos. Se dirá: habría que inventar todo un sistema para garantizar la calidad de una elección así. Responden: pues se trata de inventar nuevas formas, precisamente. Y agregan: Si los bancos han ideado cómo un usuario puede mover dinero por internet, con certeza de no ser robado, ¿por qué no podría votarse por internet?
Pongo otro ejemplo, este más peligroso para el sistema autoritario. Supongamos que se discute otra vez la ley de telecomunicaciones en el Congreso federal y luego de la etapa de debate se abre el voto a los ciudadanos por internet.
Se me dirá que eso convertiría a los diputados en meros expertos en debates y redactores de leyes y les quitaría el espacio para negociar sus votos entre sí y con los poderes fácticos. Se me dirá que eso los despojaría de su privilegio actual de actuar de espaldas al bien común y de cobrar para su beneficio personal millones de pesos. Se me dirá que, en suma, eso voltearía la pirámide de la política, pondría a los millones de electores arriba y a los servidores públicos abajo, ahora sí sirviéndolos.
Sería espléndido, ¿no es cierto?